Al igual que un amanecer, el invento de la fotografía nunca deja de ser un milagro. Es lo mismo cada vez que una nueva imagen –de algo que no he visto nunca—aparece en mi cámara. Es sorprendente que tantas cosas puedan surgir al mismo tiempo en un solo momento y que todo suceda, en mi caso al menos, a discreción de un temporizador de nueve segundos. Para entonces ya estoy en la fotografía. Al igual que el inicio de un nuevo día, las nuevas imágenes y me refiero a imágenes realmente buenas, siempre están llenas de promesas. Pero ¿por cuánto tiempo durará esta euforia? Harry Callahan, mi profesor en la Escuela de Diseño de Rhode Island, en los años 70, siempre dijo que las mejores fotografías eran las que hacíamos rápido y al principio de nuestra carrera, que no mejoraban mucho después de eso y que al final, podríamos contarlas con los dedos. En 1980, John Szarkowski, director de fotografía del Museo de Arte Moderno MoMA, conmocionó a una audiencia de profesores de fotografía en una conferencia en Swan Lake, Nueva York, al afirmar que la mayoría de los fotógrafos habían hecho su mejor trabajo en una sola década: Weston Adams, Lange, la lista era impresionante. Únicamente Eugene Atget escapó de esa lista. Mi solución: seguir tomando fotografías –no porque fueran a mejorar con el tiempo—sino que entre más imágenes buenas tuviese para escoger, también tendría más posibilidad de vencer el terrible pronóstico.
La fotografía me golpeó como un rayo, como un mazo, dado que era un día soleado esa mañana de septiembre cuando decidí dejar que mi cámara tomara mi propia fotografía. Esto fue mucho antes que el autorretrato se convirtiera en el género que es hoy. Todo el mundo que vio la imagen en el taller –era yo, de pie, desnudo frente a un espejo en la hierba—lo catalogó de surrealista, incluyéndome. Tan pronto como vi la impresión apareciendo en el cuarto obscuro, flotando en ese líquido resbaladizo, giré la bandeja para poder verme de pie frente al espejo. Después de todo, eso era lo que yo estaba haciendo cuando se disparó el obturador. Que esta imagen se convertiría en el punto de partida de una cronología de cinco décadas de duración, que todavía sigue, cruzo los dedos, va mucho más allá de mi comprensión.
Cuando empecé a hacer este tipo de fotografías mías, quería ser una esencia más que estar parado en la realidad del día a día. Descubrí formas de flotar en el aire, caminar sobre el agua o convertirme en parte de una corriente de río. No sabía conscientemente que tal deseo existiese en mí, ni que la cámara, mi cámara, poseyera la destreza de hacer esos efectos. Pero cuando los vi, realizados materialmente en imágenes en blanco y negro, estaba convencido que los límites de la fotografía estaban mucho más lejos de lo que los libros de historia afirmaban, siempre, claro está, si yo no hacía trampa. En tanto que lo que sucediera frente al lente – realidad construida, representada u obtenida—fuera grabado por la gelatina de granos de plata en la película o luego en el archivo RAW sin ninguna manipulación, estaba haciéndolo desde cero. La reserva y el quemado fueron solo intentos de llevar la imagen a un rango tonal más amplio de realidad o al menos acercarla a la escala más amplia del negativo.
Con los años, he visto pocos cambios en mi forma de hacer las cosas. Es por esto que viajo cada vez más. Los boletos aéreos compran también nuevos fondos para las imágenes. Por lo regular, considero que sé lo que estoy haciendo pero las fotografías realmente buenas llegan cuando una nueva idea aparece de repente a la mitad de lo que pensé que haría. La impulsividad se lleva bien con la creatividad. Es un giro inesperado, un detente, una solución que no sabía que era posible cuando mi ojo y mi mente dieron con una idea dentro del visor. Cuando estás en el lugar, en la posición, todo es radicalmente diferente y ahí es cuando la imaginación toma el control.
Algunas veces, el giro de una moneda me cambia del sur al norte de una montaña, o la decisión de trabajar media hora más, me lleva a que la iluminación sea diferente y de la que sale una mejor idea todavía. También, hay momentos en que sé que algo se puede hacer, pero la pregunta que tengo que responderme es si voy a tener la fuerza y el coraje para, de verdad, hacer el intento o dado el caso, hacer realidad la idea. Es ahí cuando la preparación y, a veces la práctica, son indispensables. En el transcurrir de los años, en algunas ocasiones, he provocado al destino, como lo hacen las personas que practican la escalada libre. Con estas fotografías no se puede tener a nadie alrededor. Si caes, mueres. Nadie necesita ser testigo de ese horror. Para mí, la soledad nunca ha sido un problema ya que mi metodología estética requiere que trabaje solo. Nadie puede ver desde el visor el momento de la exposición o de la imagen sería una aventura en colaboración. Disfruto el no saber. Lo que sucede en el momento de la exposición siempre es una sorpresa porque en ese momento ya estoy en la fotografía.
Y hoy, justamente regresando de mi primer viaje a Brasil con media docena de imágenes que son candidatas para nuevos proyectos y algunas otras hechas aquí en el estudio de mi casa, en Fosters Pond, me pregunto ¿qué es lo que impulsa al artista a continuar?, ¿Es el amanecer de cada día, una especia de adicción que mientras que podamos ver, no nos la podremos sacudir? Donde quiera que veo puedo encontrar algo que nunca he visto antes. Contrario a aquellos que piensan diferente, para mí nada se ha hecho antes.
Una cronología solo tiene sentido cuando tiene suficientes años en ella como para observar una progresión. En mi caso, no hay evolución, solo los años haciendo un clic cada vez que pasan, imágenes que están hechas del mismo sujeto—yo mismo—envejeciendo gradualmente. Aun así, con suerte, las posibilidades son infinitas para crear imágenes completamente diferentes entre sí. Admiro a pintores como Morandi o el documental que nos dejó Atget. Me dejo llevar por matices dentro de similitudes. Haciéndolas diferentes, haciendo lo mismo: ese ha sido mi mantra.
Yo trabajo en el desnudo porque inyecta un sentido de atemporalidad en las fotografías. Aquí la atemporalidad significa que una imagen con solo la forma humana y la naturaleza en su estado primitivo, podría, posiblemente, haberse producido hace 500, de haber existido la fotografía. En estas imágenes podemos viajar por un pasado que va más allá de un árbol genealógico. La Fotografía es la mejor máquina del tiempo que conozco. Solo tenemos que asegurarnos que el planeta luzca de la manera que luce siempre. El cielo que se nos ha dado está aquí en la tierra.
Mientras que mi trabajo, tercamente se apega a las mismas fórmulas que fijan las limitaciones de lo pequeño que es mi campo de trabajo –el mismo cuerpo por cuatro décadas y media, nunca vestido: mismos bazos, piernas, manos y pies junto con un rostro y piel envejecida—la diversidad aparece cuando el trabajo se presenta en conjunto durante su exposición y publicación. Cuando tengo suerte, las imágenes de cierto mes parecen estar unidas una a la otra por medio de una cinta adhesiva invisible. Por ejemplo: las tres obras que aparecen en la página anterior fueron realizadas hace un mes sin haber planificado hacerlas juntas cuando las tomé. En la parte superior izquierda, la montaña llamada Pan de azúcar, que se ubica en Río de Janeiro, aparece enmarcada por las nubes; en la parte superior derecha mi mano izquierda desaparece en un guante; y abajo mis dedos parecen equilibrar una canoa en un muelle. En solo palabras, las imágenes tienen poca relación entre sí, sin embargo, como obras colocadas una al lado de la otra parece que se forma una narrativa. Las fotografías no son relatos cinematográficos pero son capaces de lograr ese efecto en nuestra mente. Espero con interés cada próximo día con la esperanza que mi relato continúe, que las imágenes nunca pierdan su energía y que el autorretrato nunca abandone su voz.
Arno Rafael Minnkinen
Artista(s): Arno Rafael Minkkinen (Finlandia)
Locación:
Museo Casa Santo Domingo
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Martes a domingo 10 a 18 hrs.
Parqueo: Dentro del espacio / Vía pública
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